Entrenamiento de la Fuerza (2.5) - Aumento de la densidad ósea
Entrenamiento de la Fuerza (2.5) - Aumento de la densidad ósea.
Fecha de revisión: 2019/05/20
Es
importante saber, desde el principio de este artículo, que el esqueleto óseo sólo representa el 10% de
la masa corporal y que el tejido conjuntivo únicamente representa el
5%, mientras que el músculo esquelético representa el 40%.
En la década de los 50 del siglo pasado ya se identificó el principio necesario para construcciones
ligeras, es decir, cómo conseguir con el mínimo material obtener el máximo
rendimiento con mucha seguridad (Tittel, Kurt 1990). Así el hueso legitima la máxima “la forma se adapta a la función”.
El hueso se ve sometido a constantes procesos de reestructuración y
en este sentido se adapta a las cargas mecánicas que le afectan
conformando su forma y su solidez siguiendo el principio de ligereza
en la construcción. En este sentido, y explicado de forma simple, en
el hueso encontramos dos tipos de células: las productoras de tejido
óseo u osteoblastos y las destructoras u osteoclastos. Los
osteoblastos fabrican tejido óseo en aquellos puntos en los que el
esqueleto está sometido más intensamente a cargas de presión o de
tracción y, en consecuencia, en estos puntos los osteoclastos no
destruyen el necesario tejido óseo. Los procesos de producción son
muy lentos, mientras que la destrucción de tejido óseo es casi 3
veces más rápida que el proceso de fabricación (Whiting);
éste es el motivo que hace que las
inmovilizaciones largas representen una situación crítica por la
gran pérdida de masa ósea y la lentitud en la reproducción del
tejido. Se ha constatado que la pérdida de tejido óseo derivada
de una inmovilización en cama de 4 a 6 semanas de duración,
acompañada de una disminución de la fuerza del 40%, no llega a ser compensada después de 6 meses de vuelta a la actividad (Bloomfield). En los
viajes espaciales, la falta de fuerza de la gravedad provoca en los
astronautas una pérdida de masa ósea primaria en las piernas y en
la columna vertebral que se puede observar incluso años más tarde
(Baldwin).
Lo
que configura la estructuración ósea son las fuerzas de presión,
tracción y cizallamiento, aunque los músculos actúan como si
fueran los causantes locales de este tipo de cargas. Con razón
existe una clara correlación entre la densidad ósea y la masa
muscular esquelética y la fuerza corporal; para expresarlo más
exactamente: existe una correlación entre las superficies de la
sección transversal de los músculos con la densidad ósea local
(entre otros Layne, Revel). Una musculatura más fuerte ejerce un
estímulo de tracción más importante a través de los tendones en
la inserción tendinosa del hueso y de este modo sobre todo el hueso.
Debido a la geometría interna de los huesos y de las articulaciones
y al efecto de la fuerza de la gravedad, la contracción muscular
provoca, además de la fuerza de tracción, cargas de presión y de
cizallamiento. En estudios realizados ya en los comienzos de la década de los 70 del siglo pasado se pudo
constatar, en deportistas, que la densidad ósea medida en la pierna
era más alta cuanto mayor era la capacidad de rendimiento individual
y cuanta más fuerza y elasticidad requiera el tipo de deporte
practicado. En estos estudios, los levantadores de peso y los
lanzadores eran los que tenían densidades óseas mayores, mientras
que las menores eran los nadadores (Nilsson). Los huesos
que están sometidos a cargas suficientes de presión, tracción y
cizallamiento de forma regular experimentan un incremento de la
mineralización ósea y se presentan los siguientes mecanismos de
adaptación (Tittel 1974):
1. Aumento del grosor cortical en
huesos largos
2. Ampliación del diámetro óseo, por
ejemplo, en el cuerpo vertebral
3.
Organización y fortalecimiento de la arquitectura esponjosa a lo
largo de las principales trayectorias de tensión, de las zonas con
más cargas de presión y de tracción
4. Incremento de la formación de
eminencias óseas en las zonas de inserción de los tendones y de las
cápsulas articulares.
Las investigaciones de la Clínica
Universitaria de Göteborg realizadas con levantadores de potencia de
categoría mundial nos muestran la cantidad de masa ósea que es
capaz de producir el cuerpo gracias al seguimiento de un
entrenamiento intensivo de la fuerza (Granhed). La densidad ósea fue
medida con isótopos radiactivos a la altura de L3. El resultado fue
un incremento de la densidad ósea de entre un 30% y un 60% respecto
a los grupos de control, según el nivel de rendimiento. En este
estudio, se estableció una interesante correlación entre el aumento
de la densidad ósea y la carga total levantada anualmente. Según
esto, los valores más altos se manifestaban a partir de un volumen
de entrenamiento de unas 1000 t de carga levantada por año.
Es
conocido que el hombre alcanza su masa ósea máxima (“peak
bone mass”) entre los 30 y los 40
años y que a partir de este momento se inicia un proceso sistemático
de disminución de esta masa.
En el caso de las mujeres, y debido a la reducción considerable del nivel de
estrógenos que se produce después de la menopausia, esta
disminución es incluso más acelerada.
Por un lado, podemos intentar
incrementar nuestra masa ósea durante los años de juventud
entrenando nuestra fuerza regularmente para situar nuestra masa ósea
máxima en valores de partida altos. Por otro lado, existen
numerosos estudios que muestran que las mujeres después de la
menopausia y de forma general las personas mayores han conseguido
detener la reducción de la masa ósea o incluso aumentarla con la
ayuda de un entrenamiento de la fuerza.
Efectuando
un entrenamiento intensivo de la fuerza durante un año con mujeres
después de la menopausia, se demostró un incremento de la masa ósea
del 1% respecto a un 2% de pérdida en el grupo de control de las
mismas edades (Layne).
En la osteoporosis se producen dos
fenómenos; por un lado, se ve reducida la masa ósea y, por otro, se
altera la arquitectura del tejido óseo, y finalmente se producen
fracturas de la estructura trabecular en los cuerpos vertebrales o
bien, especialmente en edades ya avanzadas, fracturas de los huesos
corticales como la del cuello del fémur. Pero, justamente con la
ayuda del entrenamiento de la fuerza, se puede densificar la cortical
y estimular la formación diferenciada de la estructura trabecular. Se
demostró que, en mujeres post-menopáusicas y después de un año de
práctica deportiva, el entrenamiento de la fuerza permitía aumentar
la densidad ósea de las vértebras lumbares y el cuello del fémur
(Hartard). De la misma manera que el descenso de la masa muscular
esquelética es más atribuible a la falta de movilidad y a la
ausencia de cargas que al proceso de envejecimiento, podemos
análogamente atribuir la considerable disminución de la masa ósea
al déficit de cargas. No es pues nada sorprendente que el hueso
reaccione disminuyendo su densidad y solidez si es privado
progresivamente de los estímulos de carga necesarios.
La
osteoporosis es una enfermedad moderna que ha doblado el número de
afectados en los últimos 30 años. Antiguamente los efectos de la
osteoporosis eran raramente conocidos. Los análisis de la densidad
ósea en esqueletos femeninos entre los siglos XII y XVII dieron como
resultado valores de pérdida de
masa ósea mucho menor a los que muestran las mujeres actuales de la
misma edad (Lees). Diarios de aquella época nos cuentan que
aquellas mujeres efectuaban trabajos corporales durante 14 horas al
día de media y además realizaban largos trayectos a
pie. El déficit de estimulación corporal de nuestra sociedad del
bienestar necesita un contrapeso fisiológico. El entrenamiento
muscular diferenciado nos brinda una ocasión perfecta para
introducir estímulos de forma diferenciada y lenta, de manera que
incluso las personas con una masa ósea ya muy reducida puedan
experimentar estímulos fisiológicos para el crecimiento del hueso
sin que la misma carga represente un riesgo importante de fractura.
El entrenamiento de la fuerza es con toda seguridad la forma de
terapia ideal y con un potencial de éxito más elevado para
pacientes que tengan osteoporosis o bien que tengan un alto riesgo de
sufrirla.
Se
necesitan estímulos de resistencia de, al menos, un 60-70% Fmáx. y
volúmenes de entrenamiento como mínimo 2 veces semanales de 45
minutos de duración para conseguir efectos demostrables.
Fecha de revisión: 2019/05/20
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